El CETI no es lugar para niños
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La esperanza se dibuja casi siempre en la mirada
y la sonrisa de los niños sirios. Una mirada que desprende
vitalidad, a pesar del pasado más reciente. / Robert Bonet
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Sólo así pueden hacer vida familiar y comunitaria, ya que en el centro de acogida de migrantes no pueden cocinar sus platos típicos, y éste, a su vez, está separado por sexos, lo que impide que puedan dormir juntos hombres y mujeres.
La tasa de reconocimiento en España está muy por debajo de la de otros países de la Unión
Las familias sirias llegan a Melilla huyendo de la guerra, y esa necesidad de protegerse, de cuidarse entre sus miembros, se hace más intensa. Esa necesidad de sentir que, al menos, no lo han perdido todo. Su cultura y sus vínculos siguen vivos, a miles de kilómetros de lágrimas y de dolor. Pero más allá de todo el sufrimiento, esas familias y comunidades hacen de esos campamentos improvisados sus hogares, y las niñas y niños le dan a esos hogares la vitalidad, la ternura y la inocencia sin las cuales, seguramente, no lo serían. Pareciera que esos niños no son conscientes de la cruda realidad que les ha tocado vivir. Pasan la mayoría del tiempo jugando entre ellas, riendo, bailando, y su mirada desprende vitalidad. Pero a veces se percibe algún gesto, alguna mirada o algún acto que denota que vienen de un contexto de guerra y de un trayecto migratorio, en muchas ocasiones, de largos y duros meses.
Comunidad siria en Melilla
La llegada masiva de refugiados y refugiadas sirias a Melilla ha sido una de los fenómenos más importantes en cuanto a las migraciones se refiere en la ciudad fronteriza española en 2014 y en lo que llevamos de 2015. Según fuentes policiales, ya que no hay datos del Ministerio del Interior, se calcula que alrededor de 2.500 personas de origen sirio y kurdo llegaron durante 2014 a Melilla, del total de 5.000 migrantes nuevos en la Ciudad Autónoma.
A pesar de que vienen huyendo de un contexto bélico, el gobierno español pone muchas dificultades a la hora de conceder alguna forma de protección internacional. En 2013, según el informe La situación de los refugiados en España, de la Comisión de Ayuda al Refugiado (CEAR), la cifra de reconocimiento de protección en España fue de 582 personas, es decir el 22% de las solicitudes, de las cuales solo el 8,7% recibieron el estatuto de refugiado. La tasa de reconocimiento en España está muy por debajo de la de otros países de la Unión, como Italia que alcanza el 64% o la media de la UE que fue del 34,5%.
Actualmente, según diferentes ONG, se calcula que entre el 60 y el 70% de las aproximadamente 1.500 personas que viven en el CETI es de origen sirio, a pesar de que su capacidad oficial es de 480 plazas. Por lo tanto entre 900 y 1050 personas son refugiados y refugiadas sirias y kurdas. De estas, alrededor de 300 son niñas.
Llegan a Melilla, no saltando la valla, sino a través de los pasos fronterizos, sobre todo del principal, el de Beni Enzar, con pasaportes falsos, o aprovechando el gran tránsito de personas que a diario entran y salen de Melilla. Y lo hacen normalmente en família.
La llegada masiva de refugiados y refugiadas sirias a Melilla ha sido una de los fenómenos más importantes en cuanto a las migraciones se refiere en la ciudad fronteriza española en 2014 y en lo que llevamos de 2015. Según fuentes policiales, ya que no hay datos del Ministerio del Interior, se calcula que alrededor de 2.500 personas de origen sirio y kurdo llegaron durante 2014 a Melilla, del total de 5.000 migrantes nuevos en la Ciudad Autónoma.
A pesar de que vienen huyendo de un contexto bélico, el gobierno español pone muchas dificultades a la hora de conceder alguna forma de protección internacional. En 2013, según el informe La situación de los refugiados en España, de la Comisión de Ayuda al Refugiado (CEAR), la cifra de reconocimiento de protección en España fue de 582 personas, es decir el 22% de las solicitudes, de las cuales solo el 8,7% recibieron el estatuto de refugiado. La tasa de reconocimiento en España está muy por debajo de la de otros países de la Unión, como Italia que alcanza el 64% o la media de la UE que fue del 34,5%.
Actualmente, según diferentes ONG, se calcula que entre el 60 y el 70% de las aproximadamente 1.500 personas que viven en el CETI es de origen sirio, a pesar de que su capacidad oficial es de 480 plazas. Por lo tanto entre 900 y 1050 personas son refugiados y refugiadas sirias y kurdas. De estas, alrededor de 300 son niñas.
Llegan a Melilla, no saltando la valla, sino a través de los pasos fronterizos, sobre todo del principal, el de Beni Enzar, con pasaportes falsos, o aprovechando el gran tránsito de personas que a diario entran y salen de Melilla. Y lo hacen normalmente en família.
El CETI de Melilla y sus alrededores: un lugar que no es para niños
Una vez llegan a Melilla, las familias sirias entran a vivir en el CETI, cuyo principal problema es su situación de sobrepoblación. Como ha denunciado denuncia la CODH (Comisión de Observadores de Derechos Humanos) en su informe realizado en julio de 2014, esta saturación hace que se hayan tenido que instalar tiendas de campaña de grandes dimensiones para albergar a centenares de personas que duermen en literas en condiciones de hacinamiento. En invierno el frío de las noche es intenso, y esto afecta especialmente a los más vulnerables, los niños. Y cuando llueve, estas tiendas, al no estar aisladas, se cubren de agua, cuando no se inundan por los charcos que se crean en el suelo poco uniforme.
Otra de las consecuencias de la saturación del CETI es la falta de agua caliente. A temporadas, las personas que allí viven hablan de que el agua caliente sólo les llega a los primeros que se duchan, pero no al resto. Otras veces, directamente no hay agua caliente para nadie. Instalaciones como las duchas y los lavabos a menudo se inundan y resultan difícilmente utilizables en condiciones mínimamente dignas. Muchas habitantes del CETI se encargan de hacer fotos de estas instalaciones y mostrarlas con indignación a periodistas y miembros de ONG.
La falta de personal especializado se suma a la lista de quejas de las personas que en él habitan. Sobre todo, en cuanto a la falta de atención médica y la mala calidad de ésta, cuando se da. Y también en cuanto a la atención terapéutica. Quienes más sufren esta escasa atención vuelven a ser los más vulnerables: los niños.
Los alrededores del CETI, tanto la explanada exterior al centro como el cauce del río Oro, son poco menos que un estercolero. La basura se acumula allí desde hace mucho tiempo, y solo desaparece cuando las personas que hacen vida allí la queman en sus hogueras. Es una situación que, por normalizada, no deja de ser un problema de salud pública. Quienes más utilizan estos espacios son las familias y comunidades de refugiados sirios. Y por tanto sus niños. Allí juegan, rodeados de residuos que muchas veces deben sortear para poder seguir jugando. Pero ellos, ajenos en parte a esta situación, son capaces de encontrar la manera de jugar y divertirse, también, rodeados de basura.
Esperando la «salida»
Así pasan los niños sirios los meses en Melilla, a la espera del salvoconducto humanitario que les permita, junto a sus familias, irse de allí con destino, en primer lugar, a la península, pero en muchos casos, con la mirada puesta en otros países de la Unión Europea, sobre todo Francia, Alemania e Inglaterra, donde normalmente les esperan amigos o familiares.
«Salida, salida...Yalah (vamos) salida» son los gritos desordenados y rebeldes que lanzan los niños cada jueves por la tarde, cuando llega el momento en que las personas que han sido elegidas para el embarco a la península, empiezan a salir del CETI cargadas de maletas y bolsas. Como casi todo, las comunidades y familias sirias viven este momento en colectivo. Una multitud de personas se agolpa a las puertas del centro de acogida. Es fácil adivinar quiénes son las personas afortunadas, no solo por las maletas que cargan, sino porque se visten sus mejores galas. Parecería más una boda que un embarco de refugiados. Y no es para menos. Después de huir de su país por la guerra, y de permanecer atrapados en Melilla por varios meses y en condiciones poco dignas, por fin van a llegar a su destino: Europa.
Los niños revolotean curiosos alrededor de los adultos que se abrazan. Ellos, los más pequeños, imitan los abrazos. Dedos en señal de victoria, cánticos, gritos, y sonrisas. Ellos también participan de esta 'ceremonia' comunitaria. Las fotos de despedida, los últimos abrazos y las últimas lágrimas compartidas. La carga de todas las maletas y bolsas en los taxis que hacen cola aparcados en las inmediaciones del CETI cuando hay «salida».
Como siempre, sentimiento de comunidad, también entre los niños. Los que se despiden y los que se quedan, se despiden como hermanos, aunque quizás ya no se vuelvan a ver nunca más. Quizás ya no vuelvan a compartir las literas en las tiendas de campaña. Ni las duchas de agua fría. Quizás no vuelvan a bailar y cantar a las puertas del CETI entre el ir y venir de personas adultas que por allí circulan. Quizás se olviden de las tardes jugando entre las basuras o alrededor de una hoguera. O quizás se encuentren en otro lugar quién sabe dónde, ¿por qué no? En otro lugar más digno, con mejores condiciones de vida, y con mejores perspectivas. Un lugar donde se respete su vitalidad, donde se tenga en cuenta que su ternura y su inocencia no pueden estar en juego. Porque con los niños no se juega, si es que se quiere construir un mundo justo. Porque definitivamente, el CETI de Melilla, no es lugar para niños.