#ResistenciaMovistar como conflicto simbólico

#ResistenciaMovistar como conflicto simbólico
Trabajadoras y trabajadores de Movistar, en el Mobile 
World Centre. Foto: teleafonica.blogspot.com
No había mucha gente en la puerta del Mobile World Centre. Llegué pasado el mediodía y, más que huelguistas, lo que había era aficionados del Athletic haciendo fotos. Un gran cartel, cogido de farola a farola, indicaba el número de días en huelga, 53, y el de jornadas transcurridasdesde que se produjo la okupación, 7.

Sólo estaba abierta la puerta que da al carrer Fontanella, las otras, justo en la esquina y ya en el Portal de l’Angel, estaban cerradas. En esta última había montado un tenderete donde dos personas, un hombre y una mujer de unos 35 o 40 años:

recogían firmas y vendían camisetas con el lema 'La Revolució de les Escales'. El hombre, megáfono en mano, gritaba consignas, aunque el poco hilo de voz que le quedaba hacía difícil entenderlas.

– Quiero una camiseta – dije a la chica acercándoles el dinero.
– Ah, gracias, ¿de qué talla?
– XL, por favor – respondí.
– Te estás quedando sin voz, compañero, ¿quieres un poco de agua? – dije.
– Sí, es que llevo ya varios días con esto.
– Es que si no, la gente no se entera de nuestras propuestas – añadió la mujer.

Después de firmar en unas hojas dispuestas para la recogida de firmas en apoyo a la huelga, me eché la camiseta al hombro y me dirigí hacía la puerta de Fontanella. En el par o tres de escaparates que había antes de llegar a la misma, era posible ver carteles –de plástico, papel, etc.– con algunas de las reivindicaciones de los huelguistas.

"Movistar esclavitza", "Movistar, en vaga indefinida", "La vostra solidaritat, la victoria de tots", eran algunos de ellos. Esto a mano derecha de la puerta, porque a mano izquierda cinco guardas de seguridad estaban dispuestos, haciendo uso de una comparación futbolística, como si alguien fuera a dispararles una falta, en forma de barrera. Solo les faltaba protegerse la entrepierna.

Al cruzar la puerta, un gran desorden me dio la bienvenida. Esto y un gran revuelo, porque un grupo de unas 15-20 personas, todas llevando una camiseta similar a la que yo había comprado un minuto antes, salieron disparados en dirección a otra sala que no era posible ver desde donde me encontraba.

Nunca había entrado con anterioridad en el edificio. Imagino que, como todo lo que últimamente se relaciona con las nuevas tecnologías, las comunicaciones y lo Smart, presentaría una escenografía de escasos muebles, mucho cristal y abundancia del color blanco, y donde chicos y chicas muy jóvenes se moverían con soltura y bajos sueldos entre teléfonos, tablets y sensores, usando raras palabas y expresiones como start-ups, apps y cosas así.

El Mobile World Center es todo un ejemplo de la famosa colaboración público-privada que caracteriza a la ciudad. Tal y como dice su web, se trata de "un espacio abierto a los ciudadanos (sic) que alberga una exposición permanente y ofrece una agenda de actividades vinculada a la actualidad y a proyectos que tienen como entorno la transformación social, cultural, tecnológica y económica de la movilidad. Un espacio para visitar y experimentar, para compartir nuevos enfoques y oportunidades, para disfrutar y para aprender". En definitiva, un auténtico símbolo de la nueva economía y de la Marca Barcelona.

Sin embargo, mi impresión fue algo distinta. Papeles tirados por el suelo, muebles desordenados, carteles de distintos tamaños y colores pegados por las paredes, grafitis, vasos de café desechables y usados, periódicos viejos y envoltorios de patatas y bocadillos poblaban el lugar. Ni rastro de los amables y jóvenes tecno-dependientes antes referidos. Muchos periodistas, eso sí, con sus cámaras de fotos y televisión, agrupados según sus medios de origen. También grupillos de gente que entendí apoyaban la causa –familiares, amigos, militantes, etc.– sentados o de pie.

Gente que, pensé, consciente o inconscientemente, había iniciado una guerra de símbolos. Sí, porque frente al espacio-símbolo de la economía neoliberal y tecnológica, se sitúa la gente-símbolo de les escales en lucha por unas condiciones dignas de trabajo. Gentes que, con su mera presencia y acción, han transformado, apropiándoselo, un lugar para el consumo en otro para la solidaridad y la resistencia.

No pude contener la curiosidad y seguí al revoltoso grupo que había desaparecido justo al llegar yo.
– Por favor, solo huelguistas, periodistas fuera, periodistas fuera –, gritó el que parecía el representante de ellos.

Por respeto y timidez me quedé atrás, relegado junto a los aludidos periodistas que habían, como yo, seguido al grupo a la otra sala. Pude reconocer alguna cara, buena gente que sigue e informa con veracidad y valentía sobre este tipo de cosas. Intenté escuchar lo que decían, pero era imposible, demasiado lejos y mucho ruido ambiente. Dediqué entonces mi atención a observar el espacio.

Al desorden de la sala anterior se unían colchonetas de playa, sábanas, jergones y almohadas desplegados bajo estanterías y mostradores. A mi derecha, un grupo de, al menos, diez guardias de seguridad –en la misma posición defensiva antes descrita–, impedía que todos los que nos encontrábamos en aquella sala subiésemos a las plantas superiores del edificio.

Tras cinco o diez minutos decidí abandonar el edificio, no sin antes intuir cierta alegría entre los reunidos. Parecía que se había conseguido algo y, este algo, era positivo. Posiblemente me enteraría mejor en casa.

Al salir en dirección a mi bicicleta, el compañero que vendía camisetas y recogía firmas en la esquina había perdido completamente la voz.

Justo a tiempo, pensé, y me fui a casa.

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