700 profesiones podrían ser reemplazadas por máquinas

Profesiones aniquiladas, y otras resucitadas, por el nuevo siglo
Repetir sus nombres es citar el inventario escrito en una lengua muerta: zahorí (buscador de agua subterránea con varas) tonelero, plañidera (la que lloraba en los funerales por encargo), vadeador (el que ayudaba a cruzar los ríos), barquillero, arriero, sereno, cenachero (vendía el pescado callejero...).

La extinción de los oficios es la pérdida integral de un mundo, un microholocausto lento, ese saber hacer de una tribu profesional que desaparece diluida entre brumas, sin estridencias.
Es mirar a los ojos extintos de un pájaro dodo y encontrar en sus cataratas aquel mundo que fue y ya no es. Si logra ver a un limpiabotas o un afilador o incluso un pregonero (los últimos que quedan) piense en los siglos y en los paisajes devorados, en el ocaso de una cultura. Piense en el pájaro Dodo y déle un abrazo. 

Hasta 700 profesiones podrían ser reemplazadas por máquinas en los próximos 20 años, según un estudio de la Universidad de Oxford. Engullidos por el paso el tiempo, apartados por las máquinas, ¡avanti proceso tecnológico!. Descarnados por los éxodos a las ciudades y por las nuevas costumbres de escaso valor. Muchos de estos oficios encuentran el adjetivo de residual, romántico, resistente. Todavía hay fotógrafos que recorren calles con sus cámaras oscuras provenientes del siglo pasado, ¡la prehistoria! Son anécdota, un fósil viviente capturado por una polaroid. 

Están de vuelta 

Otros oficios han resurgido por la crisis (como los resineros, o los recolectores de la resina, oficio que ha devuelto a los desesperados al campo), o guiados por el retorno a la arcadia que representa el neorruralismo y la agricultura ecológica. La exclusividad del diseño de los nuevos artesanos urbanos ha sido respaldada por el comercio electrónico. Los barberos han renacido estos años por las modas masculinas hipster, donde la barba emerge como un elemento indiscutible para estar a la última moda. 

El esparto regresa como material ornamental, y también la cerámica. Pequeños empresarios cocinan y envían a domicilio galletas artesanas. El pan tradicional invade las mesas. Los mecánicos de bicicletas encuentran negocio en el sprint del ciclismo urbano. La cerveza la queremos a la antigua. Los mercados tradicionales se han reconvertido en espacios delicatessen o fueron repoblados por jóvenes con espíritu ecológico, como en el revivido mercado madrileño de Lavapiés. La apicultura tiene nuevo empuje, con cierta adicción urbana. La cetrería ha encontrado utilidad como controlador de plagas en los aeropuertos. Al viejo arte de la caligrafía ahora lo llaman lettering. 

Otros, en cambio, parece que se extinguen, son los últimos anillos de un árbol marchito. El acomodador del cine, el encargado del videoclub, las castañeras, los albarqueros, los delineantes, los patronistas, porteros, el zapatero remendón, los relojeros, las mariscadoras, el botones de hotel... Los pastores siguen en la lista de los más amenazados y por ello se han levantado escuelas- públicas y privadas- para conseguir que perviva este oficio milenario en Andalucía, Asturias, Castilla y León y Cataluña. El Fondo Andaluz de Recuperación del Arte Artesano expone su singular lista de la extinción: arte pastoril, talla religiosa, campanería, tonelería, fundición, bordado en oro y tul, tejería... Requiem sin campanas. Sonido registrado en un iphone. 

Algunas profesiones están extintas: las cigarreras, deshollinadores, aguadores, paragüeros, colchoneros, heladores, incluso las telefonistas. Otras son como un rinoceronte blanco suspirando el último aliento en una callejuela de pueblo. Todavía en Castilla, Extremadura o Aragón pudieron sobrevivir algunos pregoneros-alguacil, levantando con fuerza la voz, cornetilla en mano, recitando los bandos municipales, como en los pueblos castellanos de Colmenar de Montemayor, o la Sierra de Francia, o en Biscarrués (Alto Aragón), en donde, en el Ayuntamiento, confirman a 20 minutos por teléfono su final: "Ya no hay más pregonero aquí". 

Antonio, uno de los últimos pregoneros 

En Colmenar de Montemayor (Castilla y León), 200 habitantes, el último pregonero siente tristeza por como nuestros pueblos y tradiciones languidecen, y mueren por este inevitable cáncer profesional, que es también alzhéimer social. 

"Yo con esto de los bandos voy de un barrio a otro, los echo, a veces varios, en cada sitio. Colmenar es un pueblo largo, y hay gente que me los pide expresamente, como cuando vienen a vender en el mercadillo, o si han perdido algo, y empiezo siempre por 'orden del señor alcalde' y termino con 'colorín colorado este pregón se ha acabado y el alguacil con su permiso se va para otro barrio', y eso gusta", explica Antonio Reyes, de 53 años, uno de los últimos pregoneros de España. Este alguacil no quiere irse a otro lado. 

Está dolido por el lento declinar de los oficios (los queseros, ganaderos, agricultores...), por la caída espectral de los huertos- "ahora casi todo son tierras baldías"-, el éxodo intermitente hacia las ciudades- "ya no quedan jóvenes aquí". Un microholocausto que sacude los pueblos españoles. Cuando calla un pregonero es como la muerte de una abeja reina: signo de que todo un ecosistema tradicional peligra. 

Los limpiabotas, que fueron estampa típica de la gran vía madrileña se extinguen, y algunos han podido reconvertir su oficio en exclusivo salón de cuidado del zapato como el de Orquera. El afilador está oculto, aunque aún es posible escuchar su flauta (otro sonido a punto de consumirse) en este bosque de asfalto, el último llanto afilado del urogallo del acero, con su vuelo constante en motocicletas o carromatos. Los fareros, románticos habitantes de los límites geográficos acabaron convertidos en técnicos de sistemas de ayuda a la navegación, y no superan el centenar en España, sobre todo presentes en Galicia. 

El cartero permanece en pie en las calles, el timbre aún suena, sí... pero un estudio de CareerCast y la revista Forbes avisan de que se encuentran también en peligro, sacudidos por los nuevos avances tecnológicos y la automatización, junto a otros oficios o profesiones no tan antiguos, como el asistente de vuelo, el impresor, el trabajador de montaje, el lector de medidores, agente de viajes, o incluso este reportero que aquí escribe. Últimos bramidos de unos mamuts en pleno deshielo digital. Un neandertal frente a la última pintura en la caverna profesional. La sonrisa de un pájaro Dodo. Abrazos. 

Los últimos sonidos de Europa 

El proyecto Work with Sounds recoge todo tipo de sonidos relacionados con profesiones que se están extinguiendo o han desaparecido. Se trata de una colaboración entre seis museos europeos- como el Museo de municipal de ingeniería de Polonia o el Museo del trabajo de Suecia- y financiado por la Unión Europea. Su archivo puede visitarse en línea y cuenta con sonidos de personas y maquinarias amenazados en la actualidad, creando un mapa sonoro de una sociedad industrial europea en extinción. 

Miedo a los robots 

Vivimos la Cuarta revolución industrial. Un estudio de la Universidad de Oxford asume que el 47% de los oficios actuales tienen gran riesgo de ser automatizados o llevados a cabo por robots en las próximas décadas. Los expertos no acaban de ponerse de acuerdo si esta nueva extinción de profesiones vendrán acompañada de la creación de suficientes nuevos puestos de trabajo que puedan amortiguar el golpe. Muchos de los actuales estudiantes de primaria trabajarán en empleos que todavía no existen. 

El Foro Económico Mundial, que cifra en 7 millones la pérdida de puestos en los viejos oficios, adelanta que hasta dos millones de nuevos puestos de trabajo especializados y relacionadas con los avances tecnológicos se generarán hasta 2020. Hoy en día ya encontramos nuevas profesiones como impresor de alimentos en 3D, los coachers, los data scientist, cool hunters (cazadores de tendencias), expertos en big data, desarrolladores de interfaces robóticos, consultores de e-business, ingenieros de objetos inteligentes, entre otros.

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